Hay días en que nos levantamos por la mañana, y sentimos que todo ya nos da igual. Que estamos cansados de pelar y pelar por cosas que no sabemos en realidad si vamos a conseguir cambiar. Cansados de sentirnos solos en la lucha, de sabernos los únicos que discutimos, criticamos, peleamos, nos revolucionamos. Esos días, grises y oscuros, caemos en esa absurda tentación que nos envuelve, esa tentación de dejarnos llevar, de ser simplemente una persona más entre todas las otras. Nos resulta tan claro y despejado el camino de la indiferencia, de la autosuficiencia, que llegamos a querer con todas nuestras ganas olvidar el mundo, el hambre, la pobreza, el llanto de millones. Nos vestimos como todos, nos peinamos como todos, hablamos como todos, nos comportamos como todos. Y así, disimuladamente, pasamos a formar parte de ese ejercito silencioso y cobarde que hace temblar al mundo. Un ejercito que no lucha, que no pelea, que no discute, que no reniega de las cosas que sabe que están mal. Un ejercito que no preocupa por sus armas de fuego sino por su inacción. Ese letargo, esa pereza física, espiritual y hasta mental lleva a dejar de pensar, dejar de creer, dejar de hacer. Y si dejamos que nos impongan, que nos adoctrinen, que nos manden, estamos convirtiéndonos en una nueva generación de seres sin voz y sin nombre, una generación de hombres despreocupados, descreídos. Estamos sencillamente facilitándole la tarea a esa otra gente que se dedica a clavarnos un puñal por la espalda cuando nos sabe desprotegidos. Que roba, que corrompe, que targiversa, que mata de hambre a miles de niños cada día, que roba la dignidad de los hombres, como dueños de un circo de marionetas. Y los dejamos hacer, los dejamos ser, sin protestar, sin quejarnos.
Es por esto que en esos primeros instantes del día, esos en los cuales abandonamos el mundo de los sueños para caer de cara a la rutina del día a día, debemos optar por cambiar de rumbo, por cambiar de bando. Convencernos de que mientras halla una persona que crea que hay cosas que están mal y deben modificarse, esas cosas podrán ser cambiadas. Y así evitaremos que las tentaciones que nos rodean todo el tiempo, en la televisión, en la música, en la computadora, nos lleven a formar parte de ese ejercito tan abominable. No caigamos en la resignación, no nos quedemos sentados mientras profanan la justicia, no nos quedemos inmóviles viendo como unos cuantos se roban nuestro futuro, no nos callemos si sabemos que gritando vamos a ser capaces de salvar al menos una vida. Y luchemos con las armas mas poderosas que tenemos, esas armas que todos los corruptos y demagogos temen, la unidad, el amor, la solidaridad, la confianza. Y creemos para nosotros, para nuestros hijos, y para toda la raza humana un mundo mejor, donde las guerras y el odio sean inverosímiles, donde lo único capas de gobernarnos y dominarnos sean la paz y la justicia.
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