martes, 10 de octubre de 2017

¿Quién soy?

“Ser uno mismo no es solamente un fenómeno de reflexión filosófica sino que, desde siempre y ante todo, es ser alguien que, en el entretejido de una vida real y concreta, edifica su identidad a partir del reconocimiento del Otro, de los otros y de lo otro, que de alguna manera lo constituyen: semejante a un artista que edifica su obra en el quehacer de la temporalidad cotidiana.” (Paul Ricoeur: La poética del sí-mismo, Marie-France Begué)

La noción de identidad es algo que atraviesa a todas las personas. Todos en algún momento de nuestras vidas nos preguntamos a nosotros mismos, ¿quién soy? ¿A quién nombro cuando me nombro a mí mismo?
Desde la filosofía, cuando definimos la identidad decimos que es aquello que hace que un ente sea lo que es, y no otra cosa. Es decir, ¿qué es lo qué me hace ser quién soy y no otra persona? Ese “algo” indefinido que me hace ser quién soy, ¿es algo permanente e inmutable, que se mantiene siempre igual a través del tiempo? ¿O es la identidad, más bien, un continuo cambio que no nos brinda posibilidad alguna de establecernos como entes fijos?
Si aceptamos, con Heráclito, que “uno no se baña dos veces en un mismo río”, estamos asumiendo la idea de que no hay nada en nosotros mismos que nos lleve a afirmar que somos, sino que estamos siendo en un constante flujo de identidades, que no hay nada estable en cada uno de nosotros, sino que somos en constante cambio: a cada momento vamos siendo otro.
De ser así, podemos preguntarnos: ¿será cuestión de que cada uno elija la identidad que quiere? Si puedo ser otro todo el tiempo, ¿puedo elegir quién ser?
El gran dilema que esto nos plantea es que en la sociedad actual si no sabemos quiénes somos, no elegimos quién ser, nos eligen. Y nos eligen desde los distintos poderes hegemónicos, nos dicen qué consumir, qué hacer, qué pensar, a quién admirar. Nos van eligiendo, nos van diciendo quiénes ser.
Entonces, ¿soy lo que quiero ser o soy lo que otros necesitan que yo sea?

Para comenzar a delinear una idea de lo que representa la identidad, debemos entonces tener en cuenta, en primer lugar, que hay ciertos aspectos de nuestras vidas sobre los que no somos capaces de influir. Hay ciertas condiciones históricas, culturales, sociales, con las que nacemos. Estamos insertos en un espacio-tiempo, en un aquí y ahora que conforma nuestro entorno personal y que delimita en ciertos aspectos nuestra propia identidad.
Pero, sobre esa base, podemos pensar la identidad como una narración. El "yo" de cada persona es una narración, que se va construyendo en una interacción dialógica entre lo que decimos acerca de nosotros mismos y lo que el otro dice acerca de mí. Porque ese otro me permite romper las barreras de una identidad solipsista y abrirme al cambio, y porque, así, yo soy en el otro, tanto como el otro es en mí.
Es decir que me construyo no solo desde mi propia mirada sobre mí mismo, sino también sobre la mirada que el otro imprime en mí. Pero no como algo fijo y estanco, sino como una rueda en continuo movimiento y en interacciones reciprocas.
Y cabe mencionar que cuando decimos "identidad" no nos referimos únicamente a personas individuales, sino que también hablamos de colectivos de personas.
En este sentido, y pensando en el este caso particular de nuestro país, podemos pensar: ¿de qué modo se ha construido la identidad del colectivo nacional? O más bien, ¿de qué modo se ha construido el relato nacional acerca de la identidad?
Estas preguntas cobran una relevancia aun mayor si las pensamos en el marco de lo que fue la última dictadura cívico-militar, donde la desaparición forzada de personas y el robo de la identidad a cientos de bebés fue moneda corriente.
¿Somos, como nación, lo que queremos ser? ¿O somos lo que nos vienen diciendo (imponiendo) desde hace más de 35 años que seamos? ¿Qué narraciones se han construido en torno a las identidades que nos faltan a todos?
De lo que se trata es de intentar brindarle al otro la posibilidad de retomar el relato trunco de su propia vida, de recuperar la verdadera narración y temporalidad de su identidad, de su vida, ni más ni menos.
Si yo no puedo nombrarme a mí mismo, porque desconozco mi propio relato, solo cuando el otro me nombra en mi verdadero yo, puedo verme a mí mismo despojado de aquellas falsedades que cubrían mi relato sobre mí, y nombrarme como un ser verdadero.
Cuando veo a una rosa, y no la llamo por su nombre, no es más que una flor cualquiera. Pero al decir "esto es una rosa", estoy nombrándola, devolviéndole su ser, y con él todo lo que acompaña a la rosa: su perfume, su tersura, su color.
Hay muchas personas esperando ser nombradas para recuperar su identidad. Y como sociedad debemos aportar en lo que podamos para que puedan hacerlo. Por dos razones fundamentales. En primer lugar porque hay en la identidad colectiva un gran agujero existencial, un vacío que aún no hemos logrado llenar, y que nos impide construir una verdadera identidad nacional. Y en segundo lugar, porque si el otro no es, si no conoce su identidad, entonces yo tampoco soy, porque mi identidad también se construye en y junto con la de ese otro a la que sistemáticamente se la han negado.


Un gran pensador del siglo XX, Jean Paul Sartre, dijo: Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros”. Elijamos quienes ser, desde lo que han hecho de nosotros. Elijamos el país que queremos ser, recuperando la identidad de aquellos que hasta hoy nos faltan, porque han hecho que nos falten.

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